domingo, 12 de enero de 2014

El increíble misterio de las sirenas



Las sirenas, verdades y mentiras.

Por lo del imaginario colectivo, y por aquello de las leyendas míticas, queremos creer que las sirenas existen o han existido en realidad. Pero por desgracia, creo que este tema tendrá que seguir formando parte de esos sueños perpetuos de la humanidad. Todos hemos he imaginado alguna vez a esas sirenas intentando engañar con sus cantos a los argonautas de la Odisea y como no, puestos a imaginar, el cine y la mitología se han encargado de que en esos sueños las sirenas sean unos seres de una belleza descomunal. Que salvan a los desvalidos marineros en el último momento para depositarlos con suavidad en las arenas de alguna playa desierta.

Poco o casi nada conocemos de las profundidades marinas, muchas especies quedan todavía por descubrir y la mayoría de ellas posiblemente nos sorprendan por su morfología y sus características, pero dudo mucho que aparezca algún día una bella Ariel en las redes de algún barco pesquero. En general, estos animalitos de las profundidades se pueden calificar de muchos modos, menos de bellezas descomunales.

No se sabe muy bien cuando comenzó en mito de las sirenas ni porqué, quizás en aquellos siglos en los que el miedo al mar y las leyendas, se propagaban en los mesones ayudadas por las pintas de cerveza negra entre rudos marineros, que no dudaban en asegurar haberlas visto allende los mares, transformando sus paupérrimas travesías en grandes aventuras, quizás para emular aquellos fantásticos viajes de los cuentos épicos griegos.  Los marineros de Colón aseguraban ver sirenas allí donde solo había Manaties y el bestiario nórdico europeo, hacía lo mismo con morsas y mantas marinas.

Hoy en día, la red y la propagación de ciertas obras de artistas plásticos, no ayudan a eliminar el mito si no todo lo contrario. En cientos de sitios se pueden encontrar las imágenes de estos artistas asegurando rotundamente que son el descubrimiento del siglo y que claro, si las sirenas existen, también deben de existir los tritones y las hadas y toda la familia de seres mitológicos. Pero la realidad es mucho más cruda que todo esto, y quizás empujada por nuestro empeño nos regala una enfermedad, la sironomelia, para mostrarnos con total crueldad como son las sirenas de verdad.

Sirenas de la mitología griega

En el marco de la mitología griega, las sirenas son criaturas ligeramente difusas debido al remoto y rico trasfondo de su origen, probablemente ligado al mundo de los muertos. Según los mitos originales se trataba de seres con cuerpo de pájaro y rostro o torso de mujer, que inequívocamente se distinguen siempre por el hecho de tener una voz musical, prodigiosamente atractiva e hipnótica. La tradición las hacía habitar en una isla del Mediterráneo frente a Sorrento, en la costa de la Italia meridional (en ocasiones se alude concretamente a Capri).

El primer testimonio escrito que se tiene de ellas es su mención en la Odisea de Homero. Sin embargo, ya figuraban con la citada forma en las representaciones artísticas más antiguas de Grecia, muchas de las cuales son monumentos y ofrendas funerarios. Se deduce así su presumible vínculo con el otro mundo, unido al frecuente uso iconográfico de los seres alados para representar a los espíritus de los difuntos.
Si bien es un tema que sigue siendo objeto de debate entre los expertos, parece plausible que, en un principio, los griegos hubieran visto a las sirenas como las encargadas de transportar las almas al Hades (función que posteriormente acabaría asumiendo el dios Hermes en su papel de psicopompo).

En época preclásica comenzaron ya a asimilar, aunque nunca plenamente, ciertos aspectos aislados de otras ninfas como las náyades o las nereidas: en concreto, la asociación más o menos directa con el medio líquido y la fatalidad de su atractivo. Náyades y nereidas resultaban letales para los hombres debido a su naturaleza acuática, si bien eran normalmente benéficas y les prestaban ayuda; en cambio, las sirenas adquirieron un carácter maligno de matiz monstruoso, pues el influjo irresistible de su canto llevaba intencionadamente a la perdición. Las naves que se acercaban a su isla acababan estrellándose contra las rocas y ellas devoraban a los marineros, dejando la costa repleta de huesos.

Los antropólogos que suscriben el parentesco de las sirenas con el más allá plantean una teoría: en paralelo con arquetipos de otras mitologías, quizá estos seres fueran inicialmente genios que guardaban el paso hacia las Puertas de la Muerte. Puertas que muy bien podrían estar simbólicamente emparentadas con el paso de Escila y Caribdis, al que las sirenas están próximas en los cantos homéricos. Eurípides, en una estrofa del coro de Helena (verso 168) las llama παρθηνικοι κοραι parthenikoi korai, ‘jóvenes doncellas’; en este fragmento se apoyan Laurence Kahn-Lyotard y Nicole Loraux para incluirlas dentro de las figuras del Más Allá, identificándolas con las cantoras de las Islas de los Bienaventurados descritas por Platón.

Distintos relatos las hacen descender de los dioses fluviales Aqueloo —una versión, en concreto, las hacía proceder de su sangre, cuando esta fue derramada por Heracles— o Forcis, sea sin intervención femenina o con la de las musas Estérope, Melpómene o Terpsícore, relacionadas con el canto y el baile. Su número es también impreciso, contándose entre dos y cinco. Los nombres registrados incluyen Agláope (la de bello rostro), Telxiepia (de palabras aclamantes) o Telxínoe (deleite del corazón), Pisínoe (la persuasiva), Parténope (aroma a doncella), Ligeia (empleado luego por Edgar Allan Poe para el célebre cuento homónimo sobre una mujer de mortal belleza), Leucosia (como un ser puro), Molpe (la musa), Radne (mejoramiento) y Teles (la perfecta).
Figuran en algunos episodios míticos, muchas veces con reminiscencias de su antiguo papel como deidades ctónicas de la otra vida. Algunas versiones narran que acompañaban a Perséfone cuando fue raptada por Hades, y que su apariencia bestial fue el castigo impuesto por Deméter por no proteger a su hija del dios del inframundo. En otras, el cuerpo alado es un don de Zeus para permitirles perseguir al raptor, y aún en otras es una pena impuesta por Afrodita por resistirse a la voluptuosidad o por envidia de su gran belleza.

También se cuenta que las sirenas perdieron sus plumas como castigo por retar a las Musas a una competición de canto que perdieron, y que cuando Orfeo y Ulises se resistieron al efecto de sus voces se arrojaron al mar, convirtiéndose en escollos o pereciendo. En esta última versión, el cadáver de una de ellas, Parténope, fue arrastrado por las olas hasta la orilla y en torno a su sepulcro se fundó la actual Nápoles.

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